viernes, 29 de abril de 2011

Primeros, despreciables, pasos! (Segunda Parte)!

Los primeros días de clase fueron sugestivos pero luego los días se hacían aburridos y el maldito curso de Física se hacía más jodido, incomprensible e impracticable hasta para Dios. Empezaron a gustarme los cursos de Lengua y Filosofía, “los cursos de letras”. Empezó a gustarme, pues, todo lo que acaparaba dichos cursos. Poco a poco se me metía en la cabeza la idea de estudiar más los cursos de los cuadernos rayados, de darles más importancia. Y así fue como empecé a eludir las clases de cuadernos cuadriculados: Matemáticas, Física, Química y todas esas chorradas que dejaron de interesarme rápidamente. Como es de suponer, si ausentaba más de 3 cursos me irían a suspender de mis estudios en el primer ciclo. Resignado a someterme a la descalificación de ciclo, iba asistiendo cada vez menos a las clases, seminarios, etc. y cada vez más iban saliendo nuevas ideas de mi cabeza que iba impregnando en el papel, lo que quiero decir es que poco a poco faltaba más a clases y en ese transcurso iba escribiendo poemas, autoartículos, versos, huevadas y más huevadas y todas las cosas que me salían de la mezcla o fusión del cerebro con el corazón. Bueno, también hay que resaltar que la soledad se apoderaba de mí en varios de esos momentos que podía escribir sin parar. Soledad que era causa de que no tenía a ningún familiar, amigo o, siquiera, conocido cerca. Los de la pensión no cuentan porque ellos paraban en la calle y en sus Universidades (no se enfaden chicos, con ustedes pasé momentos irrepetibles y amigablemente cojonudos). Sabina y la soledad fueron, también, testigos de mi elección por las oraciones metafóricas, con rimas o sin rimas.

Ahora, la vaina era decirle a mi papá, nuevamente, que ya no me ambicionaba esta carrera que, suponiéndose otra vez, era LA CARRERA para mí: la que me apasionaba más, con la que me identificaba, por la que viajé y me mudé a Trujillo para cursarla, joder... La situación estaba muy tensa, rígida y me impacientaba cada día que pasaba y no poder afrontar a mi papá y decirle: ¡No aguanto más! Lo más cabrón y jodido de todo fue que tuve que decírselo celularmente, mierda... Estuve ensayando horas de horas el pregón que tenía que decirle, estaba sudando horrores que hasta podría decirse que me sudé 18 Cataratas del Niágara, me sentía el cagón más cagón de Trujillo, sentía tanta cobardía, vergüenza y pavor al tan sólo imaginar las interpelaciones que me iría a reclamar, y más aún cuando él estaba entusiasmado y orgulloso de aquel hijo que seguía los pasos de su padre y predecesores. No puedo revelarles ni publicar lo que mi padre me dijo luego de expresarle mis incomodidades e insatisfacciones hacia la presente carrera en aquellos tiempos, ya que si les digo no podrían dormir esta noche. Si yo hubiera sido mi padre y mi hijo (o sea yo) me hubiera dicho eso: hubiera tomado el primer bus que viajaba a Trujillo, al llegar hubiera tomado un taxi hacia la pensión de mi hijo, hubiera tocado la puerta, subido las escaleras, tocado la puerta de mi hijo y tirarle un par de cachetadones (así como Cecilia Tait le pegaba a la pelota en Las Matadoras) para que se desahueve. Afortunadamente mi papá no fue, no es y nunca será como seré yo en 20 ó 30 años. Lo que sí les puedo asegurar es el alivio, bálsamo, consuelo que obtuve de mi interior al presionar esa tecla roja del celular que originó que la llamada de, al menos, media hora haya terminado.

El distanciamiento entre mi padre y yo duró solamente un par de semanas. En la mitad de la tercera semana, recuerdo que estaba escribiendo algo (lo de siempre), cuando de pronto empezó a sonar "Sultans of Swing" de Dire Strait (el timbre que adueñé al contacto de mi papá en mi celular porque a él le encanta esa canción y, lógicamente, a mí también). Sentía demasiado horror al adivinar lo que me iba a decir después de tanto tiempo que no nos comunicábamos.

- Aló, ¿Papá?, dije. Alista todas tus cosas que llegamos en dos días para regresar a Lima, dijo él y colgó.

“Llegamos”, pensé. “¿Si no va a venir sólo, entonces con quién va a venir? Sentía tanto pudor al pensar si iría con mi mamá. Mi hermano no importaba. No sabía qué hacer porque se suponía que, por el momento, sólo mi papá sabía mi odisea. A mi mamá pensé en decírselo después porque creía que era un poco más delicado. Pasaron dos días y mis papás no venían. Llego el tercer día y mi papá me llamó para decirme que estaba abajo, en la puerta de la pensión. Sinceramente no quería abrir la puerta. Quería esconderme debajo de mi cama o de cualquier otra cama cerca, no importa el dueño o el tipo de animal insectívoro que hubiera sido cómplice de mi huida maricona. Finalmente tuve que bajar a abrir la puerta, el camino de mi cuarto hacia la puerta de entrada se me hizo tan largo que no podía respirar por no ver las caras de mis queridos padres. Mi papá había ido en la 4x4 y, bueno, supuestamente, había venido con mi hermano porque quería que conociera Trujillo también. No todo era mal humor.

Pasaron unos días de entretenimiento para mi hermano y yo sólo salía de mi cuarto para comer, nada más. Recuerdo que mis amigos venían a verme a mi cuarto y se iban en cuanto me veían decaído, desanimado en todo y un poco melancólico porque ellos venían para pasarla bien y no querían que yo les pase el humor súper-híper-ácido que mordía cada vez que pensaba en lo que estaba pasando.

Eran las 03 horas del no me acuerdo el día y no podía dormir ya que me iba para siempre de Trujillo, mis papás también se iban conmigo, claro. Llegaron en la mañanita a la pensión y yo ya estaba listo para interpretar mi papel de peón y cargar todos mis cachivaches a la camioneta. No había sonrisas ni buenos humores. Parecíamos unos extraños entre otros extraños. El aura era tenso y jodido, incómodo y despreciable. Durante el viaje no se dijo ni una palabra, yo sólo quería dormir las 6 malditas horas del viaje pero no podía. Pensé en tomarme un par de Paracetamoles para el viaje pero no tenía ni para dar limosnas. No recuerdo si paramos o no para comer, en esos momentos no tenía cabeza para nada y lo único que me importaba era llegar rápido a mi cuarto limeño y echarme a dormir para salirme, por un momento, del camino de la vida.

Las cosas y relaciones familiares fueron deteriorándose ya que cuando llegamos a Lima la revelación fue propagándose y las personas exclusivas que sabían lo sucedido cada vez eran menos. (Con lo que estoy escribiendo: peor).

CONTINUARÁ...!

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